Corrían los años 40 y Europa entera estaba atenazada por la amenaza de la Alemania nazi. Sus fuerzas militares utilizaban una tecnología puntera desde 1930 cuya inviolabilidad parecía imposible de romper. Se trataba de Enigma, una máquina creada por el ingeniero alemán Arthur Scherbius a finales de la Primera Guerra Mundial, que disponía de un mecanismo de cifrado rotatorio, que permitía usarla tanto para cifrar como para descifrar mensajes.
En Bletchley Park, la Escuela de Códigos y Cifrado del Gobierno de Reino Unido (GC&CS, por sus siglas en inglés), la inteligencia británica, encabezada por Alan Turing, trataba de romper ese intrincado código.
Dentro de Bletchley se encontraban un puñado de mujeres decodificadoras en entre ellas Margaret Rock, Mavis Lever, Ruth Briggs y Joan Clarke.
Joan Clarke matemática brillante y una de las mentes más excepcionales del siglo XX; nacida en Londres en 1917 había sido reclutada para el GC&CS en 1939 por uno de sus tutores en la Universidad de Cambridge, donde había obtenido un doble título en Matemática, y aunque era evidente su talento, le habían asignado un puesto de secretaria por el que cobraba tres dólares cada dos semanas.
En pocos días, sin embargo, destacó por sus habilidades y, a pesar del sexismo de la época, reconocieron su ingenio de Clarke y la instalaron un escritorio extra para ella en la pequeña habitación del Hut 8 ocupado hasta entonces por Turing y un par de empleados más.
Para poder cobrar por su nuevo puesto en el Hut 8 –el departamento del GC&CS dedicado a descifrar los mensajes de la Armada alemana creados con dicha tecnología–, tuvo que ser clasificada como lingüista, ya que la burocracia del funcionario británico no tenía protocolos para emplear a una criptoanalista mujer.
La matemática pronto se hizo una experta en Enigma y gracias a su absoluta dedicación fue ascendida a subdirectora del Hut 8. Las comunicaciones a las que se dedicaban Clarke y sus colegas estaban relacionadas con los submarinos que perseguían a los barcos aliados encargados de transportar tropas y suministros desde Estados Unidos a Europa. Sus descifrados eran en tiempo real y lograban salvar a miles de vidas. Se dice que de no haber logrado descifrar Enigma la guerra no habría llegado a su fin hasta tres años después.
Debido al secretismo que aún rodea a Bletchley Park, no se conoce la verdadera dimensión de los logros de Clarke. En 1947 recibió la Orden del Imperio Británico, una condecoración otorgada por la reina, por su trabajo durante la Segunda Guerra Mundial.
Murió en 1996 sin que su nombre ni su trabajo fueran recordados junto al de Alan Turing.
Clarke solía decir:
“A veces es la gente de la que nadie se imagina algo
la que hace las cosas que nadie puede imaginar”