Breves de Escepticismo No. 2: Los enemigos que combatimos

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Autor: Windell Oskay Fecha de publicación original: 21 de febrero de 2013 Licencia: Creative Commons 2.0

¿Qué es una gran historia sin un gran conflicto?

En la narrativa, las habilidades y debilidades de los protagonistas de toda aventura sólo pueden ser puestas a prueba por un enemigo digno, desafiante, que inicialmente aparezca como inabatible, porque el tamaño del mito que se pretende sembrar es definido por la sombra que proyecta la adversidad sobre el relato que transmitimos. Es labor del villano en turno propulsar a nuestros héroes con objeto de maximizar y demostrar sus fortalezas para nuestro deleite.

¿Qué sería de una historia de Superman si el antagonista en turno no lo forzara a usar su titánica fuerza para desgarrar una montaña o a fundir balas en vuelo con su mirada?

Igualmente, es trabajo de un gran villano el romper a un protagonista para forzarlo a unirse de nuevo y seguir. Es deber del enemigo el arrastrar al protagonista hacia el fondo del abismo para que el ascenso de éste hacia la redención sea aún más inspirador y para que sus victorias tras la derrota momentánea se revistan con la épica del renacimiento.

¿Sentiríamos la misma satisfacción cuando Odiseo se reúne con Penélope si no hubiera pasado 10 años extraviado en el mar a merced de los crueles dioses?

Así, es entonces el conflicto la medida de nuestro héroe y, por eso, asumiré que toda gran historia comienza con un gran obstáculo.

Ahora, regresando a nuestro análisis escéptico de la narrativa que muchos charlatanes usan, retomo la pregunta original: ¿Es posible cuestionar la veracidad de una historia basándonos sólo en ciertos aspectos narrativos?

Yo propongo que sí, y ya en el breve escrito anterior propuse una forma de encontrar flaquezas en la solidez de un relato, basándonos en el universo o la realidad construidas por el narrador. En particular, cuestionando la contemporaneidad y plausibilidad del “escenario”, el ambiente que rodea a nuestros protagonistas. Ahora me propongo cuestionar otro aspecto: los antagonistas u obstáculos que aparecen en la historia mientras nuestro interlocutor la narra.

Como ya he mencionado, todo gran cuentista necesita obligatoriamente de ser un gran mentiroso, porque un cuento es una mentira que debe ser creíble, que debe evocar en el escucha una suspensión del descrédito, aunque sea momentánea. Por lo tanto, lo contrario debería ser cierto y todo gran mentiroso debería ser un gran cuentacuentos, porque una mentira se sostiene sólo en la medida que la credibilidad de los eventos y la emoción que transmiten los protagonistas a través del narrador resuenen en el inconsciente de quien escucha.

Es, por lo tanto, un elemento de alarma para nuestro sentido escéptico cuando el villano, de una historia que quiere pasar por real, es inconsistente con el escenario planteado. Ya sean brujas, extraterrestres, malvadas transnacionales o la ciencia en sí, un punto común en los relatos cuya veracidad es dudosa es la aparente falta de motivación o de lógica de las fuerzas que operan en contra de los protagonistas. Al final tal vez no podamos detectar una mentira bien contada, pero podemos detectar los elementos que delatan a una mala y descartarla de manera rápida.

Cuando hablamos de curas milagrosas (mi principal objetivo en este escrito), ya sea que sus efectos se sientan al consumir una exótica planta del amazonas o al besar un montículo de rocas en alguna montaña sagrada, los enemigos son dos durante el relato: uno explícito, que es la enfermedad y uno implícito que es la ciencia que no puede eliminarla. Al curarse la enfermedad que el hombre no había podido combatir con medios convencionales, mediante un elemento alternativo, no sólo se derrota al padecimiento, sino que se enseña una lección de humildad a la cruel y orgullosa ciencia, de cómo no tiene todas las respuestas y de cómo en la humildad de quienes se postran frente a fuerzas supernaturales o frente a la naturaleza misma, está una sabiduría mayor.

Esto sería, narrativamente hablando, una interesante propuesta, a modo de una moderna parábola de esas que no tienen sentido real, como: “Tu puedes lograr lo que desees si crees en tí” o “Todos somos especiales por ser nosotros mismos”. Estas fábulas modernas no tienen en realidad un mensaje racional o utilitario que transmitir, sin embargo las narrativas pueden ser interesantes si están bien construidas.

El problema con las narrativas magonescas de las curas milagrosas es que sus villanos están pésimamente estructurados. Los villanos activos, las enfermedades o padecimientos, son usualmente padecimientos que pueden ser vencidos sin la ayuda de la cura milagrosa. Ya sea lepra, impotencia, calvicie, un coma profundo o, sí, incluso el cáncer, las curas milagrosas tienen una curiosa tendencia por aliviar males que pueden aliviarse sólos o mediante tratamientos convencionales.

¿Por qué no hay una planta milagrosa que reaparezca miembros amputados?

¿Cual es el ritual de curación que cura el albinismo?

El otro problema viene con la naturaleza del villano implícito, porque, usualmente, la orgullosa y traicionera ciencia médica recibe una lección al final del relato, pero las consecuencias de la aventura son básicamente nulas. Cuando relatamos una epopeya, el viaje del héroe no sólo lo transforma a él, sino que cambia el mundo a su alrededor y uno de los cambios más básicos que podemos observar es el juicio sobre el villano.

Los villanos, sin importar sus características, reciben un juicio en las historias. Este juicio es presentado al interlocutor usando como argumentos las peripecias del protagonista y como conclusión el destino de la fuerza opositora. Si la sentencia derivada de la aventura es que no hay redención viable tras los pecados del antagonista, este será condenado y ejecutado con el máximo horror. Si la sentencia es que la esperanza gana, el villano será redimido, tal vez no perdonado, pero cambiará su punto de vista, será persuadido por el argumento implícito o explícito del héroe. Si el enemigo no tiene una conciencia a la cual apelar o una alma que salvar, será sometido si tiene utilidad, erradicado si es una peste o perderá su poder sobre las vidas de los protagonistas si es una fuerza de la naturaleza.

Pero cuando chamanes, brujos y enfermos-recuperados,  hablan de la ciencia, no hay juicio ni consecuencias. Si de verdad existiera una planta en un remoto paraje del mundo, que curase el cáncer con sólo tomar una infusión matutina por un mes, la soberbia ciencia cambiaría su punto de vista por la motivación mezquina de la recompensa económica. Si la ciencia fuera bien intencionada pero careciera de la luz que guiara su camino, entendería su error y usaría la planta para ayudar al mundo. Si en cambio nos encontráramos frente a una peste, se erradicaría y las empresas farmacéuticas verían cómo sus imperios se derrumban al curarse todos los enfermos de cáncer con una infusión de té. Si fuera una bestia que debiera domesticarse, la gente exigiría a las farmacéuticas que los medicamentos fueran más efectivos y que la planta se use para beneficio de todos. Incluso si esto fuera una tragedia y el héroe se viera derrotado al final, las farmacéuticas enviarían a sus ejércitos de malvados secuaces a erradicar la planta con lanzallamas, a dinamitar la roca sagrada o a asesinar a todos los chamanes.

Sin embargo, nos encontramos ante un villano que no es más inteligente que quien lo inventó, por lo que sus acciones y conclusión son mediocres e inexplicables bajo cualquier luz de razón, malicia o interés.

Abundan los relatos de enfermos “terminales” que caminaron de rodillas por algún terregoso camino como penitencia y se postraron frente a algún símbolo o persona que los curó. Y los relatos suelen incluir la reacción del médico que atendía a estas personas, viéndolas curarse sin explicación alguna (supuestamente) y simplemente comentando que la curación debe ser alguna clase de milagro. Sin más reacciones ni interés.

Así, estimado lector. Cuando alguien le cuente cómo se curó de un terrible padecimiento bebiendo gua milagrosa de un pozo lejano, pasando un huevo de gallina por la zona afectada o peregrinando a determinado lugar y suplicando por ayuda, pregúntese por qué no la mayoría opta por dicha cura si es tan buena, por qué nadie la ha comercializado o por qué nadie ha intentado destruir la fuente de este bienestar gratuito para conservar un negocio millonario.

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Ingeniero en electrónica y comunicaciones y maestro en ciencias de la electrónica y computación, ambos grados por la Universidad de Guadalajara en México. Además, soy profesor de la "Ingeniería en Comunicaciones y Electrónica" en la misma institución. Siempre me ha interesado la divulgación científica porque creo que es la mejor manera de acercar a la gente a la ciencia, tanto a su actualidad, como a su historia y futuro. Creo que sólo de esta forma, volviendo la ciencia accesible para la mayoría, se logran engrosar las filas de científicos e ingenieros alrededor del mundo. Soy ademas un amante de la ciencia-ficción, el horror y la comedia en todos los formatos disponibles: audiovisuales, escritos y gráficos.